miércoles, 8 de octubre de 2008

LOS PUEBLOS TIENEN LOS GOBIERNOS QUE SE MERECEN

Fernando Duque Ph.D.
Profesor titular Ciencia Política
Universidad de los Lagos
Julio de 2006

En tiempos de crisis, los miembros de una organización tienen al menos dos opciones claramente diferenciadas, una racional y la otra irracional. Las organizaciones razonablemente sanas o sea, aquellas en que la mayoría de sus miembros tienen una cultura pro trabajo, son relativamente productivas y adoptan conductas éticas y orientadas al bien común; tienden a elegir y a seguir a aquel líder que se destaca por su demostrada bondad, inteligencia superior, fortaleza física y el atractivo irresistible de su personalidad. Los miembros de la organización no tienen miedo que dicho líder carismático o mesiánico ponga en peligro los intereses particularistas de cada individuo dentro del grupo. Se produce así un casamiento o congruencia positiva entre el líder y sus seguidores. Dado este peculiar y feliz fenómeno, por lo general la organización logra resolver sus problemas y salir de la grave crisis que ha amenazado su seguridad y sobrevivencia.

Por el contrario, en organizaciones enfermas y en franco proceso de decadencia institucional, el fenómeno es totalmente distinto. Organizaciones decadentes son aquellas que sufren graves síntomas de lo que Víctor Thompson llamó “BUROPATOLOGÍAS”. Uno de los aspectos más importantes de este fenómeno, radica en que la mayoría de los miembros de la organización, sufren el llamado “síndrome de corrupción burocrática” esto quiere decir, que la mayoría de sus miembros tienen una cultura hedonista, lúdica o epicúrea y por lo tanto son improductivos y adoptan conductas relativamente corruptas y orientadas a defender sus privilegios particularistas. Estos tipos de individuos, en tiempos de crisis tienden a elegir, como autoridad a individuos mediocres y burocráticos. En otras palabras a directivos que no representan un peligro evidente para sus intereses individualistas egoístas y espurios. En otras palabras, no se elige al mejor. Por el contrario se elige aquel burócrata que da expresas garantías y que promete no tocar los privilegios previamente logrados dentro de la organización. Con un liderazgo de este tipo, la organización no es capaz de corregir su rumbo y termina por dirigirse derecho al precipicio. De este modo, cada uno de los miembros de la organización en decadencia, saltan como borregos uno detrás del otro hacia el despeñadero.

La literatura organizacional ilustra el fenómeno previamente descrito, con una amplia colección de casos emblemáticos.

Por ejemplo un pueblo en crisis, pero relativamente sano, tal como lo fue los Estados Unidos en el siglo pasado, elige a Teodoro Roosevelt al principio del siglo 20, sigue con Wilson antes de la primera guerra mundial y termina con Franklin D. Roosevelt después de la gran crisis del año 29. Por el contrario, el mismo pueblo, pero esta vez en franco proceso de decadencia política elige a George W. Bush a fines del siglo 20. En Europa, las elecciones de Churchill y de Charles de Gaulle, también se dan como ejemplos de pueblos sanos pero en crisis que supieron elegir al líder indicado cuando este era más necesitado.

En nuestro país por desgracia, la combinación o casamiento benigno entre pueblo relativamente sano y líderes de verdad, se dio una sola vez en su historia y este fue el caso extraordinario de la república portaliana entre 1830 y 1860. Posteriormente, sólo los valientes pero trágicos intentos de Balmaceda, Aguirre Cerda y Allende se destacan dentro de un uniforme océano de mediocridad y decadencia política.

Ahora en el 2006, el sistema político chileno ha entrado en un agudo proceso de incongruencia politológica. La inmensa mayoría de la población, gradualmente se está dando cuenta que su carácter nacional y su cultura política es profundamente antiliberal. Por el contrario, es ya evidente lo que se ha descubierto por numerosos estudios académicos, que el chileno promedio es autoritario, machista, colectivista y profundamente estatista. La inmensa mayoría está demandando la intervención directa del Estado en la solución de los gravísimos problemas nacionales de salud, educación, vivienda, empleo, transporte, infraestructura, energía, seguridad ciudadana, seguridad social, justicia, finanzas, protección del medio ambiente y tantos otros servicios públicos que ahora están directa o indirectamente en manos del sector privado.

En junio del 2006, los gobernados en Chile despertaron de una larga pesadilla que ya lleva más de 30 años. Los pingüinos dieron el grito de alarma y pronto otros sectores de la inmensa población postergada han empezado a movilizarse. Ya no tienen miedo y piensan por si mismos. Más aún, los gobernados más pobres le han perdido el respeto a las autoridades. Hace un par de días le dijeron a la presidenta que se esfumara. Los gobernantes enquistados, tanto en el aparato estatal como en la oposición, siguen tozuda y torpemente amarrados al modelo neoliberal que ya hace agua por todos lados. Los cambios de ministros no resolverán absolutamente nada. La olla ya se destapó y sólo un nuevo tirano puede taparla.

La gigantesca brecha entre el espíritu, alma o carácter nacional y el modelo imperante (incongruencia politológica discutida extensivamente por Aristóteles, Polibio, Maquiavelo, Montesquieu, Hegel y en la actualidad Harry Eckstein, Samuel P. Huntington, Gabriel Almond y tantos otros), está produciendo un clima altamente conflictivo que sólo puede terminar en un abismo difícil de calcular. La población empieza a comprender que el modelo neo liberal, excelente para países con cultura económica calvinista y cultura política liberal; en Chile se torna cada vez más nocivo. No hay ninguna demanda social que pueda ser adecuadamente satisfecha tal como sí lo es en países anglosajones y de Europa del norte. En otras palabras, no hay servicio (público o privado) que cuente con la aprobación y satisfacción de las grandes mayorías. En verdad aquí en Chile, nada funciona como debiera funcionar de acuerdo al modelo.

La única solución es reemplazar el modelo actual con un modelo congruente con el alma o espíritu nacional. Ya se empieza a comprender que para los pobres extremos y la clase media baja (80% de la población) los únicos modelos que han dado un nivel de vida aceptable han sido la época portaliana, entre 1830 y 1891 y posteriormente, la época del Estado de bienestar 1920 – 1973. En estos dos periodos, los servicios básicos y esenciales para la población fueron directamente administrados por el Estado. También se ha comprendido que los peores períodos para la inmensa mayoría de los chilenos han sido los modelos liberales impuestos arbitrariamente y traicioneramente entre 1891 y 1919; y luego, entre 1973 y nuestros días. Sin capacidad empresarial nacional y sin una cultura política liberal, el liberalismo en Chile ha sido un rotundo fracaso.

Hoy día, un modelo que enriquece escandalosamente a una ínfima e insignificante minoría de la población, pero empobrece a más de 15 millones no sólo es injusto e inmoral, sino que además no es sustentable a menos que se imponga nuevamente por una brutal tiranía derechista.

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